(En las proximas semanas vamos a estar subiendo distintas biografias que tenemos en el tintero. Arrancamos por esta de Stalin, que vamos a entregar por partes, y que surgió de la lectura de la extensa biografía que escribió Trotsky sobre él en los años de su ultimo exilio en Mexico y que fuera él ultimo libro en el que estaba trabajando antes de su asesinato a manos de un sicario estalinista.)
En los años
de plomo que sucedieron a la derrota de la Revolución de 1905, las cárceles del
zarismo desbordaban de presos. En una de ellas, en la región petrolera de Bakú,
un joven bolchevique dedicaba sus horas al estudio del esperanto, que suponía
el idioma universal del porvenir. “A pesar del caos, de los ahorcados, de los
conflictos personales y de partido, la cárcel de Bakú era una importante
escuela revolucionaria. Koba destacaba entre los dirigentes marxistas. No
participaba en discusiones particulares, y prefería hablar en público, signo
seguro de que en educación y experiencia Koba era superior a la mayoría de sus
compañeros de prisión (…) Así aprendemos más de la vida de Koba en la cárcel
que de sus actividades fuera de ella. Pero en ambos sitios sigue siendo fiel a
sí mismo. Entre discusiones con los populistas y alguna que otra charla con
atracadores, no se olvidaba de su organización revolucionaria. Beria nos
informa de que Koba consiguió establecer contacto regular desde la cárcel con
el Comité de Bakú. Esto es muy posible: donde no había separación entre presos
comunes y políticos, y éstos comunicaban entre sí, era imposible quedar
totalmente aislado del exterior. Uno de los números del periódico ilegal se
preparó en su totalidad dentro de la prisión. El pulso de la revolución, aunque
muy debilitado, continuaba latiendo. La cárcel puede no haber estimulado el
interés de Koba por la teoría; pero tampoco quebró su espíritu combativo”. Del otro
lado del mundo y del tiempo Leon Trotsky se lanza en su última cruzada contra
los sepultureros de la Revolución de Octubre. Su pluma es un bisturí sobre la
carne y el alma de José Stalin, que desde el Kremlin espera impaciente la
confirmación de su asesinato. En toda la Unión Soviética no queda vivo un solo
militante de los años heroicos del bolchevismo. La biografía de Stalin explica
por qué.
No tiene ni
30 años el hombre que desde los 13 reniega de los amos y los dioses, pero ya ha
vivido la represión, las detenciones e interrogatorios de la orjana, el destierro y otros gajes del
oficio. La mayoría de los aspectos fundamentales de su vida no disciernen de la
mayoría de otros bolcheviques de la época. “Era la época de la gente entre los dieciocho y los treinta años-escribe
Trotsky. Los revolucionarios de más edad
eran pocos y parecían viejos. El movimiento, hasta entonces, carecía en
absoluto de vividores, vivía de su fe en el futuro y de su espíritu de
sacrificio. No existía aún rutina, fórmulas estereotipadas, gestos teatrales,
trucos oratorias hechos de antemano. La lucha, naturalmente, era sobrado
patética, tímida y torpe. Hasta las palabras "Comité",
"Partido", eran cosa nueva, con una aureola de frescura primaveral, y
sonaban en oídos jóvenes como inquietante y seductora melodía. Quien se afiliaba
en una organización sabía que le esperaba la cárcel seguida del destierro a
pocos meses de plazo. El colmo de su ambición era estar en la brecha el mayor
tiempo posible antes de ser detenidos; mantenerse firmes frente a los
gendarmes; aliviar en lo posible la situación de los camaradas; leer, durante
la prisión, el mayor número posible de libros; escaparse cuanto antes del
destierro al extranjero; adquirir allí conocimientos útiles, y volver después a
la actividad revolucionaria dentro de Rusia”. Todos perseguían el mismo sueño, y en su nombre
declararon que la clase obrera no podría emanciparse sin una dirección que
encabezara la lucha por el poder. Pero una dirección revolucionaria no es un
gabinete de iluminados que digita desde las alturas los desafíos del porvenir.
No. Para dirigir las energías colosales de toda una clase social hacen falta
mucho mas que un programa correcto o que una política acertada.
En principio,
hace falta que esa dirección disponga de todos los medios a su alcance para llegar
a las masas obreras: periódicos e imprentas clandestinas con sus cajistas y tipógrafos,
comités de redacción y repartidores; agitadores anónimos con los rostros
cubiertos que lancen proclamas incendiarias a los trabajadores en el descanso y
bolcheviques tapados que evadan a los soplones y les abran las puertas de las
fabricas; hacen falta nexos secretos con los liberales democráticos e intelectuales
radicales para que coticen a la causa revolucionaria y también grupos menos
diplomáticos que descarguen bombas sobre las diligencias de caudales para
desangrar las arcas del zarismo; hombres
y mujeres que atraviesen las fronteras cargados de pasaportes falsos, dinero,
credenciales, borradores, folletos, cartas y minutas; sobre todo hace faltan que
esos hombres se multipliquen por miles entre las filas obreras, que convenzan a
otros de que la lucha es inevitable y la victoria posible, que sus mejores
elementos avancen en el estudio de la teoría marxista y de la historia, de la
dialéctica y la economía. No pocas veces estos estudios se dictan al mismo
tiempo que muchísimos de ellos aprenden a leer. Hacía falta, en fin, un
Partido. Y el partido, esencialmente, es una maquina. En tanto manifestación
material de una voluntad colectiva, tal vez la mas poderosa de todas.
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